martes, 23 de octubre de 2012

Letra cursiva




El Twist del Mono Liso (con letra karaoke) María Elena Walsh

FABULA: QUIEN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

FABULA: LA CIGARRA Y LA HORMIGA

María Elena Walsh - La Vaca Estudiosa

María Elena Walsh - El brujito de Gulubú

María Elena Walsh - El Reino del Revés

'Una familia grande para un nido pequeño'

VIDEO EDUCATIVO MEDIO AMBIENTE

¡Educar en valores!



   Recuperar y cuidar nuestros valores es una  necesidad imperiosa para un mundo mejor.

lunes, 8 de octubre de 2012

El príncipe rana

Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un viejo pozo para jugar con la bolita de oro. Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo.
-¡Ay, qué tristeza! La he perdido -se lamentó la princesa, y comenzó a llorar.
De repente, la princesa escuchó una voz.-¿Qué te pasa, hermosa princesa? ¿Por qué lloras?
La princesa miró por todas partes, pero no vio a nadie.
-Aquí abajo -dijo la voz.
La princesa miró hacia abajo y vio una rana que salía del agua.
-Ah, ranita -dijo la princesa-. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.
-Yo la podría sacar -dijo la rana-. Pero tendrías que darme algo a cambio.
La princesa sugirió lo siguiente:
-¿Qué te parecen mi perlas y mis joyas? O quizás mi corona de oro.
-¿Y qué puedo hacer yo con una corona? -dijo la rana-. Pero te ayudaré a encontrar la bolita si me prometes ser mi mejor amiga.
-Iría a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en cuando -propuso la rana.
Aunque la princesa pensaba que aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga.
Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.
La rana dejó la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se fue corriendo al castillo.
-¡Espera! -le dijo la rana-. ¡No puedo correr tan rápido!
Pero la princesa no le prestó atención.
La princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio.
Luego, escuchó una voz que dijo:
-Princesa, abre la puerta.
Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y preguntó:
-¿Algún gigante vino a buscarte?
-Es sólo una rana -contestó ella.
-¿Y qué quiere esa rana? -preguntó el rey.
Mientras la princesa le explicaba todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta.
-Déjame entrar, princesa -suplicó la rana-. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?
Entonces le dijo el rey:
-Hija, si hiciste una promesa, debes cumplirla. Déjala entrar.
A regañadientes, la princesa abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y pidió:
-Súbeme a la silla, junto a ti.
-Pero, ¿qué te has creído?
En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez allí, la rana dijo:
-Acércame tu plato, para comer contigo.
La princesa le acercó el plato a la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana se sintió satisfecha dijo:
-Estoy cansada. Llévame a dormir a tu habitación.
La idea de compartir su habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar. Entonces, el rey le dijo:
-Llévala a tu habitación. No está bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de necesidad.
Sin otra alternativa, la princesa procedió a recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó hasta el lado de la cama.
-Yo también estoy cansada -dijo la rana-. Súbeme a la cama o se lo diré a tu padre.
La princesa no tuvo más remedio que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas almohadas.
Cuando la princesa se metió en la cama, comprobó sorprendida que la rana sollozaba en silencio.
-¿Qué te pasa ahora? -preguntó.
-Yo simplemente deseaba que fueras mi amiga -contestó la rana-. Pero es obvio que tú nada quieres saber de mi. Creo que lo mejor será que regrese al pozo.
Estas palabras ablandaron el corazón de la princesa. La princesa se sentó en la cama y le dijo a la rana en un tono dulce:
-No llores. Seré tu amiga.
Para demostrarle que era sincera, la princesa le dio un beso de buenas noches.
¡De inmediato, la rana se convirtió en un apuesto príncipe! La princesa estaba tan sorprendida como complacida.
La princesa y el príncipe iniciaron una hermosa amistad y al cabo de algunos años, se casaron y fueron muy felices para siempre.
 

Hermanos Wilhelm y Jacob Grimm

¡A reirse chicos!

Un niño entra a una óptica y le dice al vendedor:
- Quiero comprar una gafas, por favor.
El vendedor le pregunta:
- ¿Para el sol?
Y el niño responde:      
- No. ¡Para mí!

Suena el teléfono en la escuela:
- ¿Alo?
- ¿Si? ¡Buenos días!
- Mi niño hoy no pudo ir a la escuela porque estaba enfermo.

- ¿Ah sí? ¿Y con quién hablo?
- Con mi papá.

 

Caperucita Roja va por el bosque, se encuentra al lobo feroz y él le pregunta:
- ¿A dónde vas niña?,
Y ella le dice: - ¡A usted que le importa!
Y él dice: - ¡cómo ha cambiado este cuento!.


¿Sabes que mi hermano anda en bicicleta desde los cuatro años?
- Mmm, ya debe estar lejos.

 ¡Mama! ¡Mama! en el colegio me dicen fin de semana. 

¿Por qué Domingo? 

Estaban dos niños cada uno con un trompo y uno le dice al otro:
A ver, baila el trompo.
Y el otro le contesta:
No sabo.
El otro le dice:
No se dice "no sabo" se dice "no sepo".
En ese momento una señora estaba escuchando la conversación de los niños y les dice:
No se dice ni no sabo ni no sepo.
Los niños le preguntan:
Entonces, ¿Cómo se dice?

La señora les contesta:
No sé.
Y los niños le dicen:
Entonces, por qué se mete en lo que no le importa. 


El niño que llega a la casa,
Mamá, mamá, en el colegio me dicen distraído.
Y la señora le contesta: 

Niño, tu vives en la casa del frente.

Cuento



MIEDO
 
Había una vez un chico que tenía miedo.
Miedo a la oscuridad, porque en la oscuridad crecen los monstruos.
Miedo a los ruidos fuertes, porque los ruidos fuertes te hacen agujeros en las orejas.
Miedo a las personas altas, porque te aprietan para darte besos.
Miedo a las personas bajitas, porque te empujan para arrancarte los juguetes. Mucho miedo tenía ese chico. Entonces, la mamá lo llevó al doctor. Y el doctor le recetó al chico un jarabe para no tener miedo (amargo era el jarabe).

Pero al papá le pareció que mejor que el jarabe era un buen reto:
-¡Basta de andar teniendo miedo, vos! - le dijo -. ¡Yo nunca tuve miedo cuando era chico!

Pero al tío le pareció que mejor que el jarabe y el reto era una linda burla:
-¡La nena tiene miedo, la nena tiene miedo!

El chico seguía teniendo miedo. Miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a las personas altas, a las personas bajitas. Y también a los jarabes amargos, a los retos y a las burlas.
Mucho miedo seguía teniendo ese chico.

Un día el chico fue a la plaza. Con miedo fue, para darle el gusto a la mamá.
Llena de personas bajitas estaba la plaza. Y de persona altas.

El chico se sentó en un banco, al lado de la mamá. Y fue ahí que vio a una persona bajita pero un poco alta que le estaba pegando a un perro con una rama. Blanco y negro era el perro. Con manchitas. Muy flaco y muy sucio estaba el perro. Y al chico le agarró una cosa acá, en el medio del ombligo.

Y entonces se levantó del banco y se fue al lado del perro. Y se quedó parado, sin saber qué hacer. Muerto de miedo se quedó.

La persona alta pero un poco bajita lo miró al chico. Y después dijo algo y se fue. Y el chico volvió al banco. Y el perro lo siguió al chico. Y se sentó al lado.

-No es de nadie- dijo el chico -¿Lo llevamos?
-No- dijo la mamá.
-Sí- dijo el chico -. Lo llevamos.

En la casa la mamá lo bañó al perro. Pero el perro tenía hambre. El chico le dio leche y un poco de polenta del mediodía. Pero el perro seguía teniendo hambre. Mucha hambre tenía ese perro.

Entonces el perro fue y se comió todos los monstruos que estaban en la oscuridad, y todos los ruidos fuertes que hacen agujeros en las orejas. Y como todavía tenía hambre también se comió el jarabe amargo del doctor, los retos del papá, las burlas del tío, los besos de las personas altas y los empujones de las personas bajitas. Con la panza bien rellena, el perro se fue a dormir. Debajo de la cama del chico se fue a dormir, por si quedaba algún monstruo.

Ahora el chico que tenía miedo no tiene más miedo. Tiene perro.



  

                                                                                 Graciela Cabal

Poesía




dias de granja
 
Había una vez, en un establo,
un caballo que se llamaba Pablo.
Era el íntimo amigo de un carancho
al que todos conocían como Pancho.

Deambulaba en esa granja una gallina
con sus hijas Centinela y Etelvina:
iban juntas por un poco de maíz
a la pobre madriguera del cuis Luis.


A la vera de un arroyo las vio un pato

y les dijo: “Mucho gusto soy Donato.
¿A dónde va esa bataraza tan bonita
que seguro ha de llamarse Margarita?”


De repente el sonar de un cascabel
anunció a la vieja vaca Maribel.
A su paso ella tocaba una maraca
que se había traído de Humahuaca.
 

                                    Venía acompañada de Ana Rosa,
                                    un gusano convertido en mariposa.
                                    Y al compás de afinadísimos cencerros
                                    empezaron a cantar liebres y perros.
 
                                    A la orquesta filarmónica y al coro
                                    de la granja, también se sumó un toro,
                                    la torcaza, Ivo el chivo y un cabrito
                                    primo hermano de otro que llamaban Tito.

                                                                

                                                                                                SILVIA SCHUJER